miércoles, 17 de agosto de 2011

Cristina

Conoció a Mario, y le cayó desde el principio genial. Creía que conectaba en todo con él. Día a día, la apetecía hablar con él, mantener conversaciones que la alejaran de su tristeza. Se apuntó a la quedada que hicieron todos los amigos en común y lo recuerda cómo uno de los mejores días: bailó hasta el amanecer, se río muchísimo y se sintió querida.

Las cosas con Pablo no marchaban bien, estaban atravesando una crisis sentimental. Cristina veía que estaban estancados desde hacía tiempo, quería decidir qué haría con su vida, si las cosas no mejoraban, se decía, debería acabar con la relación. Pensaba en enumerar las cosas positivas y negativas de Pablo, y hacer balance.

A la hora de pensar en la decisión, pesaban los años que había pasado junto a Pablo, se sentía incapaz si lo dejaba ya que no se sentía con fuerzas de empezar con otra persona, y al ser tan pesimista, se veía vieja para gustarle a alguien que no fuera Mario. Se veía incapaz de volver a enamorarse y encontrar a alguien que la conociera (y aguantara) tan bien como Pablo. Veía un mundo feliz junto a Mario. Estaba entre ambos chicos, decidió hablar con Mario.

Cristina no se arrepiente del momento en que habló con Mario, sino de no haberle dicho las cosas claras a la cara, de haberle reducido a la insignificancia. Desde entonces intentó olvidarle, borrarle de su mente, pero no podía. Al final optó por pensar en la parte positiva: sirvió para decidir qué haría con Pablo.

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